La escritura febril y fabril de Nietzsche adquiere un giro muy singular, especialmente en Ecce homo. Si en los prólogos del año 1886-1887 asume que sus obras nacieron de su lucha con la enfermedad, aquí ella ya está incorporada al cuerpo y por lo tanto al discurso. Su retórica hiperbólica, exagerada, iluminaría un gesto filosófico fundamental: el cuerpo como agente retórico. Un decir verdad (parresía) que comprende abismalmente (locura) que la única posibilidad de enfrentarse a Occidente es exponiéndose como un cuerpo que, del mismo modo que Diógenes y el Quijote, en definitiva el bufón, es capaz de un decir verdad que se enfrente al poder de una verdad consensuada.