Pocos niegan hoy que el mercado, por sí sólo, es incapaz de generar espontáneamente una distribución equitativa de los recursos sociales. Para lograr una buena articulación entre capitalismo, mercado y democracia, se ha propuesto el reconocimiento de un nuevo derecho social: el Ingreso Básico Universal que, en su versión más extendida, supone un ingreso incondicional de subsistencia, pagado por el gobierno, de manera uniforme y en intervalos regulares, tanto a nacionales como a residentes permanentes. Aunque existen disputas sobre la incondicionalidad de este ingreso, es decir, sobre si el beneficiario debe o no cooperar con su trabajo a la sociedad, lo cierto es que la propuesta del Ingreso Básico Universal tiene, al menos, tres importantes atractivos. Primero, que es probablemente la primera oportunidad real en la historia para reconocer el trabajo de cuidado que realizan las mujeres en todo el mundo gratuitamente. En segundo lugar, se trataría de una propuesta visionaria que permitirá responder a la previsible problemática generada por el llamado capitalismo cognitivo y la pérdida de trabajos derivada del desarrollo de la Inteligencia Artificial. Finalmente, el Ingreso Básico Universal sería una herramienta eficaz para paliar la actual crisis del desempleo y la precariedad laboral